La
sombra de la tierra,
la
inicial, la ennegrecida,
fermentada
por el humus feliz
del
nacimiento,
ocupa
la dilatada posesión
del
tiempo en que no somos,
en que
andamos, rumiados,
en la
imprecisa coordenada del deseo
de ser
y estar que son nuestra condena,
los dos
al mismo tiempo, necesarios
hermanos
cada día, inaguantables
en su
riña, en su celo, su avaricia.
La
misma negra tierra que atesora la lágrima,
que
atesora con prisa el suspiro,
oleaje,
que
especula la justa proporción
de
sales minerales, de tesoro
nutriente
como el aire, como el beso.
La
misma que remonta del invierno,
del
tiempo de la infamia, el de la dicha,
la
misma que remonta del manantial oculto
con su
carga preciosísima de líquido,
la que
nace del padre, su batalla
al
inicio del amor y de la historia.
© María
Ángeles Pérez López
Este texto de María Ángeles nos refiere la terredad amorosa propia de su trabajo poético. ¡Enhorabuena!
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