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18/9/15

Poema de Graciela Perosio




Después de veinte años de oscuridad
decidió perpetrar una abertura
en la medianera.
Aunque a la larga construyesen,
aun unos meses de luz
valdrían la pena, sin duda.
Apenas había aprendido
a soportar el edificio
que le tapó el pequeño cielo
donde veía a Marte
entre corpiños húmedos
y calzas goteantes,
o alguna noche, tarde, a la alta luna.
Ahora, la oscuridad
la había cercado sin remedio.
Buscó y buscó en las ofertas
usadas de la red.
Y, de repente,
a contraluz de un muro negro:
una ventana con la cumbre en arco.
Los vidrios romboidales,
entramados entre lisos y opacos.
El recuerdo infantil de la esquina del Herman.
Sí, hoy se conservan intactos
en Santa Fe y Armenia,
igual que entonces,
en la época de sulkys y guindados.
Engarzados en curvas estructuras de madera,
con la cabeza del ciervo
en el óvalo central
que da a la ochava.
La memoria del viejo restaurante
y el perfume de Rhoder’s
en el cuello paterno,
la rescataron, abrazándola,
de cualquier miedo oscuro,
de cualquier intolerancia.
Como en la niñez remota
el padre disipó con tan sólo un aroma
que anunciaba cercanía,
toda aprensión nocturna
por la negrura de los cuervos.


© Graciela Perosio

3 comentarios:


  1. Impactante imagen traducida en dolor al mirar por la ventana por siempre sin luna; más si, el tremendo sonar de las bocinas que atropella y desespera; es aquí cuando el aroma en presente, rescata lo mucho o poco de un pasado en calma.
    Gran poema.

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  2. Claro, querida Graciela, como decís, claro que "valdría la pena", gracias!

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