Se despierta el norte en luminosos cerros,
en desplegadas cajas multicolores
ruedan hacia el sur,
hacia estos abismos de cielos disueltos.
Los ojos peregrinos de tantos hombres y mujeres
traen una aureola de silencio
traspasados por el amianto de las madrugadas,
y el espacio fugaz de los caminos
es apenas un sueño,
un irisado brillo de cobre
entre quebradas de ceniza en laberinto.
Entre altos muros cuando el viento en las puertas
siembra rostros en la lluvia
y el otoño pesa esfumado en las ventanas,
el norte minero se ahoga
por un exceso de noche y luna.
Un óxido de cielo en la garganta
pone la marea del dolor en longitud,
un tigre amarillo le ancla la espalda en la tierra,
se adormece su sol en rebelión
con el color incomprensible de los templos.
Queda el absorto resplandor
de la raza en el viento,
transparente,
alto,
la silueta de una sombra que lucha.
© Daniel Arias
ResponderEliminarDuro y bello poema, Daniel.
Un abrazo.
Alicia Márquez
Muy profundo.
ResponderEliminarAbrazo
Tu poema se suma al paisaje.
ResponderEliminarDaniel, me gustó ese vocabulario y ese acento propio, un abrazo
ResponderEliminarsusana
El eco profundo de la soledad y el dolor en el bello
ResponderEliminarUn abrazo
Graciela N barbero
muy bueno,daniel!abrazo!!
ResponderEliminarmaria del mar
bien cantada la soledad del indio, su silencio, su olvido.
ResponderEliminargracias