Poema de Isabel Llorca Bosco

ORARLE

Para orar como merece, le entregué mi silencio.

Pero una ruidosa lluvia de palabras mezquinas

me turbó como si hubieran removido un estanque.

Intenté con la voz, tan bajita que nadie la oyó.

Pero se parecía más a la soberbia oración del justo

que a la humilde plegaria del injusto, de aquel que fue escuchado.

Pablo dice que el amor es lo más valioso

y lo puse en la patena.

Pero no era un círculo entero y blanco como la hostia. Un papel recortado, un puñado de migas que, inútilmente, procuré  retirar.

Vi una margarita; su sencillez podría agradarle,

La puse como ofrenda, la pequeña cabeza, redonda y radiante como el sol.

Pero desde lejos se veían pocos pétalos: los del  sí.

Y habían arrancado los del no. Corona triste e incompleta.

Y en centro, sola, la estrella amarilla, que no daba su luz

a la quebrada luna que se le acercaba fría y pálida para morir a rechazos.

Fue tanta mi congoja que di con la llave de la oración,

porque a veces vence la paciencia.

Y un árbol seco, no sé cómo, penetró en mis entrañas.

Empezó a brotar y a florecer. Era la plenitud.

Árbol de luz en la penumbra, invisible para mí. No era del campo.

Follaje que acariciaba el interior de mis hombros.

Desde la punta de mi pelo hasta mis uñas

 me tocaban las hojas y aquella fragancia que olvidé.

Y al revés de los cuentos maravillosos,

quedé dormida.

                                                             

©  Isabel Llorca Bosco