La
mujer pinta de plomo sus pezones.
Le
pueden los corajes, las heridas,
el dedo
con que aprieta contra el aire
un
lamento de plomo, un grito largo
que se
quedó descalzo y sin pendientes.
Al
caminar furiosa contra el viento
que
ensucia sus caderas de hojas muertas
y
trozos de ramitas embarradas,
sacude
a manotazos la cal viva
con que
la dictadura había borrado
sus
pies y sus apremios, la belleza.
Entonces
aparecen los diez dedos,
media
suela aterida de un zapato
que
caminó ruidoso sobre el mundo,
restos
blandos de tela indescifrable
y un
grito que revienta en su metal
porque
hay pelo adherido a ese dolor
y la
mujer camina arrebatada
con su
roja clavícula en la mano
para
escribir su nombre en las paredes
y en la
calcinación de la caliza.
Del
reverbero le arden los pezones
pero al
llegar la tarde se consuela:
la
tibia, el peroné de su esqueleto
apagan
el rencor blanco de cal
y
disuelven el óxido y el talco,
el
miedo, las fracturas, los manteles,
el agua
endurecida por el odio.
Y
cuando duerme, olvida que en Oswiecim
guardan
el pelo humano en una nave.
En el
sueño, además, hay una niña
que
duerme acomodada por completo
sobre
un sol acabado y circular
como
una mandarina luminosa.
© María
Ángeles Pérez López
ResponderEliminarLuminosa María Ángeles, con sus apellidos también con acentos, y su acento.
Rolando
*
Fuerza y significancias en el poema, me encantó María Ángeles
ResponderEliminarLily Chavez
Maria Angeles:
ResponderEliminar¿Quien sueña a quien en tu poema? y el final es hermoso. Un abrazo.
Carmen Amato