¿Por
qué las ilusiones se desgastan
y no el
sigiloso paso de los días?
A modo
de respuesta
los
sonidos de mi cuarto vacío
me
susurran que la raíz nace
y se aferra a la oscuridad
–a lo
que no vemos con los ojos abiertos como perlas-.
Y agradecemos
y celebramos el fruto,
las
ramas que crujen;
resignamos las hojas que caen,
festejamos los brotes,
descansamos
a la sombra,
pero la negrura de la tierra seca
no muta, no cesa, no se fatiga,
no
necesita
de adulaciones líquidas.
Cuando
buscamos la raíz de lo que somos desaparece
pues impera en la transparencia de lo
desconocido
con
movimientos de mimo,
con
cinismo de sauce llorón.
Asombro
y torpeza de niño en la pulpa de la identidad…
¿Cómo
no detenerse cuando el espectáculo comienza?
¿Cómo no correr, como no salir en busca del
autor o del principio
luego
de degustar de la maravilla del vivir así,
con
esa euforia que estremece
mientras
el viento todo lo rodea?
Congruencia
de centros,
disposición del espacio
para
mezclar y conjugarse ágilmente con el tiempo,
ante
la lentitud de
la ceguera, ante
la mudez de silencio.
Disposición
de la inmensidad,
corazón
instintivamente expectante
mientras
el show del ser se origina más allá de la vista,
como el
pensamiento,
más
allá de las palabras.
Humanidad
de cepa misteriosa…
La
penumbra nos abrió el alma
y, sin embargo, ¿caminamos hacia la luz?
Al
menos surte efecto la existencia del poema
que nos
ayuda a vislumbrar nuestro yo como
si lo
que somos y lo que quisiéramos ser estuvieran atrapados
y
saludándose en orillas diferentes del río de la vida.
Hola,
lado mío.
© Alberto De Jesús Goicouria
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