De la infancia guardo innumerables gestos:
el abrigo nocturno,
las manos extendidas en cruz,
moches veladas cuidando
el dolor.
El regreso –delgada, frágil-, de un ignoto lugar.
El refugio en el interior de la casa útero.
El silencio.
Juegos compartidos,
dialecto inventado.
Los viajes de mi padre.
Cuando era pequeño,
parecía que todo quedaba cerquita.
El cielo allí, a un
saltito.
El sol al alcance de un barrilete
Y la luna apenas colgada.
Soñando iba donde quería.
Una madera era un camión.
Un papel doblado, un avión.
Pelota de trapo, reloj en la piedra,
la lluvia, el olvido
y el enojo paterno.
La misma ropa, juguetes y amigos. Luego trabajo y profesión.
Infancia feliz, compartida, libre, aventurera.
Árbol cortado en dos.
Anverso y reverso de la misma moneda.
A estos recuerdos me gusta conservarlos,
a algunos de ellos
quisiera como en Eterno resplandor de una mente inmaculada,
borrarlos.
Feliz la suerte del que vive sin
recordarlos.
© Eduardo Alberto Planas
Cuando alguien, en este caso yo, sabe lo que hay detrás del poema, como se desliza tu vida en esas palabras dichas, no puede menos que sentirse sacudida por la emoción. Un abrazo amigo
ResponderEliminarLily Chavez
qué alegría encontrarte en este país, donde los versos siempre están de fiesta.
ResponderEliminarYa ves..tus recuerdos tienen vida!!
Un cariño rosarino.
La infancia como esencia. Poema en donde la ambigüedad del sentimiento me inquietó, me dejó expectante. Gracias por el impacto emocional.
ResponderEliminarJorge Luis Estrella