Poema de Bibi Albert
Cuando era (más) joven,
calzaba 37 y nunca me caía.
(Bah, nunca no,
pero onda resbalones con lluvia,
anécdotas graciosas y esporádicas,
sobre todo esporádicas.)
Ahora calzo 39
y los años me bajaron de los tacos:
los pies maduros buscan tierra firme
y se aplanan como peras suicidadas.
Tampoco es que soy alta.
Y sin embargo, últimamente,
con esta fórmula
de base y poca altura sobre 2,
me caigo todo el tiempo,
tres veces en una misma tarde como récord.
Me caigo.
En las veredas rotas,
en los pastos de Aristóbulo,
por lavandina en pisos de café literario,
dentro de las camionetas,
despidiendo micros,
en la playa en que el Río Negro se saluda con el mar,
contra el marco de las puertas,
de las sillas, enganchándome
las botamangas de pata de elefante,
y desde el borde de la bañadera.
Me caigo también de la ilusión,
de la cornisa de la risa,
de los bordes de la ingenuidad.
La indignación me empuja.
El descompromiso me tacklea.
Tropiezo cada vez con esa piedra
que insisto en creer de azúcar.
Me caigo del sistema,
de la abundancia, de la popularidad,
de las buenas intenciones,
de los sueños, del éxito.
Del tablero que Dios siempre patea.
Me caigo de tus ojos, de tus manos.
De los ombligos de los egos.
De los amigos perdurables
y del amor eterno -amén-
también me caigo.
Me caigo del recuerdo.
Y de los calendarios.
De la sirena de la noche insomne.
Me caigo del despertador.
Me caigo de las ganas
que me llevan en andas.
Y me levanto.
No sé cómo, con qué fuerzas,
con qué huesos, con qué anzuelo,
con qué grúa me levanto.
O sí sé cómo.
Lo hago, me levanto.
Me caigo y me levanto y no me rompo.
Todavía la vida
no inventó el precipicio
que me pueda.
Y mis insobornables,
mis hercúleos fantasmas
siguen
tendiéndome los brazos.
© Bibi Albert
2 comentarios:
Bello poema con caídas... sin el precipicio...
Por suerte, corazona, te levantás y escribís poemas maravillosos como éste.
Un abrazo,
Alicia Márquez
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