Dios sabe que hice arder mi cuerpo
que ardieron los changos del azúcar
los que cambiaron las pilas de mi corazón
que ardió mi papá y su deseo
de que yo fuera el hombre más macho del barrio.
Dios sabe que ardieron las caricias
que recibía a los dieciocho en la oscuridad
las que me daban a cambio de que
abriera mi cuerpo como un paraguas.
Allí, en el fuego, también se fueron
las plegarias viejas donde le pedía
a Dios que sacara de mí la velocidad
de mi deseo y la sed de mis venas.
Ahora entiendo que todo debe arder
que si me enciendo de nuevo
la ceniza sembrará la tierra
y Dios me verá, nuevamente, crear el cuerpo.
© Samuel Amaya
Creo que el domingo escuchamos tus poemas y tu decir bravío Samuel. Gracias!
ResponderEliminarSaludo desde Córdoba
Fue una maravilla escucharte.. hermosa voz donde muchos deben encontrarse. te abrazo poeta..
ResponderEliminarMuchas imágenes hay en esta poesía. Cristina Noguera
ResponderEliminarSamu, como siempre tus poemas hermosos y espectaculares
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