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25/5/25

Texto de Alejandra Boero Serra

 


Ícaro volando

                         A Alejandro Michel

 

¡Qué peso el de la ingravidez! Sucede que, por un momento -no importa cómo lo midamos-, quedamos suspendidos. Lo que sorprende, un poco después -no importa cuándo suceda, ¡pero sucede!- es que la altura quema. Caemos.

Arriba la presión corrompe las coordenadas -las que no fueron previstas, las que enfocan la mirada: huellas en desorden - que permite el resplandor fugaz…

Los ojos van cayendo. El cuerpo se relaja y deja que las pupilas se contraigan y dilaten la revelación:

Que los párpados amortigüen la pendiente. Que las pestañas filtren el tránsito. Que el rostro se haga cargo.

Una sonrisa se precipita: la desobediencia.

Se derrite la cera. La sombra del padre se aleja. Ícaro ya no es Ícaro.

Se liberan tus alas. ¡Ícaro! ¡Vuelas!

Hay ruidos profundos. Crujen los cartílagos. Los músculos duelen. Hay extensiones de arterias que se abren. Y se desangran.

En el centro un abismo se prolonga. Y salta. Y juega. Y nos destruye. Se abren los sentidos. Un soplo. Un respiro.

Llegamos. (Llegamos).

 

© Alejandra Boero Serra

2 comentarios:

  1. Excelente!
    Qué buen homenaje.
    Bendiciones!
    Te abrazo grande Alejandra


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  2. El cuerpo va siguiendo la voluptuosidad espiritual del amor... Abrazo, Ale, de Catalina Boccardo

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