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18/7/18

Poema de María Laura Coppié





Pascua de resurrección

Domingo y yo
en estado de alerta poético
exacerbado por los pies en carne viva
y la mirada salada.
Misa de once:
el Padre Facundo, arreglándose bien
con los enormes zapatos que tuvo que llenar,
sonaba a poesía.
Hablaba de resurrección, claro.
Para celebrar dignamente estos sagrados misterios
reconozcamos nuestros pecados, pedia.
Obediente, cabeza baja,
me hacía cargo.
Hasta del inmenso silencio.
El mensaje tenía clara destinataria:
todo puede revivir
-incluso lo que creemos más muerto-
si es que en vida fue amor.
Amor del bueno, decía,
con su frente lustrosa y sus ojos inexpertos.
No cierren del todo la puerta,
al amor se le deja una hendija,
hendija de esperanza latiendo.
Y qué certeza me iba armando
entre sus pausas y mis comas.
Clarísimo, tan mío, tan puro.
Siguió imponiendo sus manos
y en su canto decía que nosotros mismos
fuéramos milagreros, capaces de toda magia.
Incienso y agua bendita.
No nos dejes caer en la tentación,
rezamos todos, cada uno pensando en su debilidad de mañana.
Yo no soy digno de que entres en mi casa,
pero una palabra tuya bastará para sanarme.
Lo dije de memoria y no supe a quién.
Si a este dios mendicante
o a mi él y a su espalda que frena aludes.

Podéis ir en paz, sugería el Padre Facundo,
mirándome sin ver y sin decir adónde.


© María Laura Coppié

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